Sola en medio del desierto

A Reflexión story by
Laura Mifsud

Ya solo quedaba la recta final de este viaje.

Aunque cueste creerlo, llegué a esta parte parcialmente transformada. Lo que al principio fue ‘que esto pase pronto’, a medida que iban pasando los días solo quería que el tiempo se detuviera.

Estaba preparada para vivir casi cualquier cosa. Y eso era gracias a lo que había vivido en ese destino que tanto me marcaría.

Dejé de protestar, de querer controlar todo... solo quería aprovechar los días al máximo.

Y cuando vi aquella ‘tienda’ en medio del desierto por primera vez, mis pensamientos fueron muy positivos. Aunque fuera a estar sola y aislada, sabía que tras todo lo vivido, solo podía aportarme cosas agradables.

Lejos del ruido, de la contaminación... sin distracciones. Solo el cielo y yo. Soy amante de las estrellas, ¿qué más podía pedir?

Todo era demasiado bonito para poder poner ninguna pega... ¿cuándo iba a tener de nuevo la oportunidad de estar en un ‘paraíso’, sin interrupciones, estrés, preocupaciones,...?

Posiblemente mucho tiempo... así que había que aprovecharlo.

Tanto fue así que en realidad no quería que acabase.

Eso significaba el fin de la aventura (y el avión de vuelta), y no quería que terminase. Pero la sensación que en ese momento vivía era tan agradable, que solo quería comerme el mundo.

Suena idílico, pero es la realidad. Tal vez no lo hubiera entendido antes de vivirlo, pero puedo asegurar que fue una de las vivencias más bonitas, completas y reveladoras de mi vida.

Y todo eso no habría sido posible sin el Rover.

Muchas veces le tengo presente. Me acuerdo mucho de nuestra vivencia. Me acuerdo de sus consejos, de todo lo vivido, y de cómo hizo que viera otra forma de afrontar todo lo que me bloqueaba...

Nada hubiera sido posible sin él. Todos tenemos las herramientas para mejorarnos a nosotros mismos, pero es más fácil cuando te lo hacen ver de manera tan gráfica...

Los límites no existen. El humano es tarifa infinita.

Mi vida se había convertido en trabajar, comer y dormir... y ¿acaso vivimos para solo eso?

Todo era como un cajón de sastre organizado.

Y, ¿cómo se explica esto? Se preguntará quién me esté leyendo... Aunque también seguro que mucha gente que me lea llegará a entenderlo sin tener que explicarlo.

Todo lo que ocurre en nuestras vidas no depende de nosotros. Hay cosas que están bajo nuestro control, pero otras muchas se escapan, y eso es una cosa que mucha gente como yo no consigue comprender. ¿El resultado? Estrés. Ansiedad. Desesperación.

Y cuando eres así, a veces dejas otras cosas de lado... amistades, familia, viajes,... En definitiva, la vida. Y lo sabes... pero no lo ves.

Mi nombre es Laura. Soy una inquieta embrióloga que sufre de perfeccionismo por la gran responsabilidad que conlleva mi trabajo. Suelo tener cierta necesidad de tener prácticamente todo bajo control y entender todo lo que me rodea.

Me fascina mi trabajo, pero odio la incompetencia y la dejadez. Siento que no se puede ‘jugar’ con los sueños de las personas que acuden a tus manos.

Pero por otro lado soy de las personas que cree que todo el mundo puede conseguir llegar un poquito más lejos... todos podemos hacer algo para avanzar.

Lo único que debemos hacer es 1. llegar a creer que es posible; y 2. saber cómo hacerlo.

Sin duda no son tareas fáciles… pero después de mi aventura lograría entender cómo cumplir esos dos requisitos.

Una propuesta que lo cambió todo

Nunca había realizado un viaje como este. Siempre he viajado sabiendo exactamente qué iba a hacer.

Tengo pánico a volar, y siempre necesito saber si es necesario hacerlo para ir al destino. Esto se convertiría en una parte clave de mi experiencia.

Después de que me propusieron la experiencia, dije ‘yo quiero’ (sin pensar, ya que si lo hubiera hecho, no estaría escribiendo esto).

Y eso fue un camino sin retorno. ¿Cómo iba a desdecirme luego?

Fue una decisión impulsiva.

Algunas personas me animaron enormemente a hacerlo, y otras pensaron que estaba loca.

Yo sabía que ‘tenía que hacerlo’.

Cuando algo te cansa, aburre o te entristece, no puedes seguir haciendo lo mismo, porque solo obtendrás los mismos resultados. Así que me lo tomé como una forma de romper con todo cuanto eres consciente. Una forma de romper con la creencia de que “eres incapaz de hacerlo sola”.

Simplemente pensé: “si tú no puedes, que alguien lo haga por ti”.

No fue un proceso fácil para alguien que le gusta tenerlo todo controlado. El no saber el destino, qué tocará hacer en cada momento, qué te encontrarás… Son muchas variables que no controlas.

Pero también sabía que era la forma de entender que ‘tu propia visión no es la única válida’. Y así me lo tomé, como hacer algo bajo los ojos de otro.

Reconozco que cuando el Rover me llamó para hablar de las fechas, me empezaron a venir las excusas...

Pero como he dicho antes, no había vuelta atrás.

La decisión estaba tomada desde el primer segundo. Simplemente, lo acepté y lo almacene en un rincón de mi cerebro como si no fuera conmigo. Hasta unos días antes.

La calma antes de la tormenta

La protección por la que optó mi cerebro fue ignorar que se acercaba la fecha... No preparé ni compré nada.

Total, no tenía ninguna información.

Fui rellenando los cuestionarios y haciendo los pasos que me iban pidiendo, pero al darle a enviar, mi cerebro lo eliminaba.

¿Qué sentí?

Primero como si nada. Después incertidumbre por la proximidad del evento... pero luego me di cuenta que, por unos días, me olvidé de todos mis ‘problemas’.

Y sentí la primera liberación.

Incluso llegué a notar más ansiedad por parte de los demás, que por mi misma. Fue curioso.

Por primera vez en muchos años iba a ‘desconectar’ literalmente de absolutamente todo que no fuera lo que fuera a vivir.

Creo que eso deberíamos experimentarlo todos al menos una vez en la vida. Porque no se trataba de un viaje en el que estamos conectados al 100%; era el viaje en el que absolutamente nada dependía de mí.

Perder el control... sin ‘descontrolar’

Pero no todo fue liberación. También experimenté todo lo contrario.

¿Que si tuve ganas de cancelarlo todo? Cada día desde el momento de aquella llamada en la que me dijeron que debíamos elegir fechas...

‘Cuerpo ponte malo’, ‘que se ponga feo algo en el trabajo’,... mi cerebro boicoteó cada segundo de mi vida. Pero al final entendió que la decisión estaba tomada y no había más opciones.

4 días antes del viaje recibí indicaciones sobre lo que no podía faltar en mi equipaje. Fue entonces cuando se activó mi ‘boicoteador’ particular. El mismo que me había ayudado a mantenerme tranquila aparcando la realidad, ahora la estaba ‘haciendo grande’ para que me arrepintiera.

La primera prueba de fuego

Este fue para mi, el peor momento de todos...

Tengo pánico a volar. Es superior a mis fuerzas... y lo peor para mi fue ver que iba a viajar sola.

Lo recuerdo con mucha angustia... pero, ¿quién no lo haría cada vez que recordase el enfrentamiento a un pánico?

Pero finalmente el avión aterrizó.

Sentí un alivio enorme. Me despedí de una mujer que conocí en el avión que me prestó su brazo para que le apretase durante las turbulencias. Recuerdo que me dijo: ‘simplemente disfruta, que hay cosas que sólo pasan una vez en la vida’.

Había pasado mi mayor pánico, aunque quedase la vuelta, pero ya solo podía dejarme disfrutar... así que simplemente
dejé fluir las cosas.

Daba igual dónde estuviera, o lo que fuera a hacer... ahí entendí que lo importante era lo que iba a sentir.

Y me encontré con mi Rover.

Como no podía ser de otra manera, empecé quejándome de que me hubiera dejado viajar sola en avión, pero se me pasó en seguida a decir verdad.

Estaba muy contenta por haber atravesado con éxito ese momento. Primera prueba de fuego superada.

4.000 metros: mucho más que un reto

Y empezó la aventura.

Nunca pensé que pudiera ser capaz de caminar tanto en 48 horas... subimos a uno de los picos más altos a los que me había enfrentado nunca.

Hubo momentos para todo durante el camino.

Tuve mucho tiempo de pensar en mis cosas, mi vida, reflexionar sobre ellas. Era como un ‘paseo’ conmigo.

Pero hubo mucho más que calma reflexiva.

Subir una montaña de 4000m, ¡sin entrenar! Pero claro, ¡¡¡eso no lo sabía de antes!!! Y nada como no saber para no limitar!!

Pensé en rendirme varias veces, sobretodo al final.

Y me di cuenta que solo pensé en eso cuando vi (visualmente) el pico, porque parecía estar cerca y sin querer piensas que ya vas a llegar, y no.

Por más que avanzas nunca llegas.

Pero a la vez, no puedes rendirte, no después de tanto esfuerzo. Y sigues y sigues... lloras, pero sigues. Te duelen los dedos... ¡y sigues!

Y la satisfacción de llegar es infinita. Como nuestras capacidades...

Ahí entendí que el cuerpo puede hacer casi todo lo que le pidas, era mi mente la que me boicoteaba.

Superar eso fue lo más dificil.

Pero ahora, cada vez que pienso ‘no puedo’, inmediatamente sigue un: ‘seguro?’... claro que puedes.

Fue mucho más que un reto. Una combinación de emociones totalmente única.

Emoción de ver cosas inesperadas, cansancio durante el camino, sorpresa al llegar al albergue el primer día, emoción al ver una estrella fugaz durante la subida (fue un momento verdaderamente mágico), frustración de ver que quieres seguir y que el cuerpo no te lo permite...

Cada uno de esos momentos y sensaciones se vive de forma tan intensa que se queda grabado para siempre.

La imagen de las vistas desde arriba, no tienen precio. Y no solo por lo que ves, si no por lo que
has conseguido.

La felicidad la encontramos en el interior

Pero subir al pico de esa montaña era solo el principio. La aventura continuaba.

No tenía ni idea de a dónde nos dirigimos... pero sentía mucha emoción.

Mis miedos se habían convertido en ganas de más. Había entendido muchas cosas hasta ese momento.
¿Lo siguiente? Convivir con una comunidad local.

Quedé en shock al llegar a la aldea, si se le podía llamar así. Una familia que no hablaba ni español ni inglés, completos desconocidos que me entregaron mucho más de lo que tenían.

Cuando llegué no sabía qué hacer. Solo me quedé paralizada…

Durante media mañana estuve callada, observando. Tenían prácticamente nada, pero eran felices así. Obviamente, cada uno a su manera. Y eso me impactó mucho.

Poco a poco me brindaron toda su confianza. Me trataron como una hermana y me hicieron sentir muy a gusto. Nunca pensé que fuera a olvidarme de todos mis problemas y que me sintiera tan feliz.

La familia tenía tres niñas. Personalidades totalmente distintas, pero una era como yo. Y ahí empezó mi transformación.

Verme reflejada en esa niña, ver que a su corta edad tenía más recorrido del que pudiera tener cualquier adulto y sobretodo entender que no hace falta un lenguaje para comunicarte con nadie, solo las ganas de hacerlo.

Esa experiencia hay que vivirla para entenderla.

Pero te lleva a conectar con una realidad tan diferente y a la vez tan cercana... se puede ser feliz con nada y ser un desgraciado con todo. Todo depende de cómo se gestione.

Contar más de lo que allí ocurrió, sería destrozarte la experiencia si, tú que me estás leyendo, quieres hacerla.

Solo puedo asegurar que me fui casi con lágrimas en los ojos al despedirme de la familia.

Me encantaría volver a verlos.

Aprendes que por muy mal que te trate la vida, siempre hay algo por lo que merece la pena seguir y
luchar...

Sola en medio del desierto

Ya solo quedaba la recta final de este viaje.

Aunque cueste creerlo, llegué a esta parte parcialmente transformada. Lo que al principio fue ‘que esto pase pronto’, a medida que iban pasando los días solo quería que el tiempo se detuviera.

Estaba preparada para vivir casi cualquier cosa. Y eso era gracias a lo que había vivido en ese destino que tanto me marcaría.

Dejé de protestar, de querer controlar todo... solo quería aprovechar los días al máximo.

Y cuando vi aquella ‘tienda’ en medio del desierto por primera vez, mis pensamientos fueron muy positivos. Aunque fuera a estar sola y aislada, sabía que tras todo lo vivido, solo podía aportarme cosas agradables.

Lejos del ruido, de la contaminación... sin distracciones. Solo el cielo y yo. Soy amante de las estrellas, ¿qué más podía pedir?

Todo era demasiado bonito para poder poner ninguna pega... ¿cuándo iba a tener de nuevo la oportunidad de estar en un ‘paraíso’, sin interrupciones, estrés, preocupaciones,...?

Posiblemente mucho tiempo... así que había que aprovecharlo.

Tanto fue así que en realidad no quería que acabase.

Eso significaba el fin de la aventura (y el avión de vuelta), y no quería que terminase. Pero la sensación que en ese momento vivía era tan agradable, que solo quería comerme el mundo.

Suena idílico, pero es la realidad. Tal vez no lo hubiera entendido antes de vivirlo, pero puedo asegurar que fue una de las vivencias más bonitas, completas y reveladoras de mi vida.

Y todo eso no habría sido posible sin el Rover.

Muchas veces le tengo presente. Me acuerdo mucho de nuestra vivencia. Me acuerdo de sus consejos, de todo lo vivido, y de cómo hizo que viera otra forma de afrontar todo lo que me bloqueaba...

Nada hubiera sido posible sin él. Todos tenemos las herramientas para mejorarnos a nosotros mismos, pero es más fácil cuando te lo hacen ver de manera tan gráfica...

Cuando tú cambias, todo cambia

Y de vuelta a la realidad y el día a día.

Volví emocionadisima... me sentía con ganas de continuar con la nube que me envolvió aquella semana. Y se puede, claro que se puede.

Todo a mi alrededor seguía igual. Pero algo importante no era como antes...

¿El qué?

Nada, pero todo a la vez.

Nada de mi vida o entorno había cambiado. Pero cuando tú cambias, todo cambia, y eso fue evidente. Cuando uno cambia su forma de ver las cosas, nada es como antes.

Y claro que flojeas y hay días que no te aguantas o tienes miedo, o no puedes con algo, pero la frecuencia es mucho menor y la forma de resolverlo es mucho mejor.

Algo queda dentro para siempre...

Como dice una frase que me encanta, y que se me grabó a fuego en mi mente durante la experiencia fue ‘el día que comprendí que solo me voy a llevar aquello que he vivido, empecé a vivir lo que me quería llevar’... sin más.

La vida es muy relativa. Que es verdad que un día el viaje que vivimos se acaba y aunque no somos conscientes, es así. Tenemos que aprender a relativizar y sobretodo dar la importancia justa y medida a las cosas que nos ocurren. No significa no darle importancia, si no dar la que se merece...

He aprendido a controlar mejor mis impulsos, a valorar más a las demás personas, su tiempo (es el mejor regalo
que alguien nos puede hacer), y lo que vivo.

He aprendido a relativizar el tiempo, y sobretodo a disfrutar de lo que hago y de lo que tengo (no material necesariamente).

He conseguido controlar más mi mal genio, mi mal humor y a darle menos importancia a aquellas cosas que no puedo controlar, ahora las acepto y mido mis energías para canalizarlas en lo que realmente vale la pena y soy capaz de cambiar o mejorar.

Un ejemplo tonto y tal vez poco importante: hacía muchos años que quería bajar de cierto peso, no lo había conseguido en años, y siempre me decía a mi misma ‘no puedo, no es posible’...

Ahora que he decidido usar esas dos palabras en cosas realmente ‘imposibles’, he conseguido mi objetivo.

Obviamente requiere esfuerzo y sacrificio, pero claro que puedo...

Cuando has tenido la oportunidad de ‘ver’ las cosas desde la distancia, todo cambia. A veces estamos tan metidos en faena que somos incapaces de ver más allá,... simplemente nos dejamos llevar,...

Creo que una de las cosas más importantes que me he llevado ha sido la capacidad de poder alejarme para ver el bosque, como dice la frase...

Valoro más a la gente que quiero, respeto más el tiempo y lo que vivo, y sobretodo, que ahora las soluciones me llegan más fluidamente.

Con mis bajones y con mis problemas, desde luego, soy la misma, pero diferente.

Y ya sé que los límites solo son mi invención. Sí se puede. Y tú también puedes... ¿te atreves a comprobarlo?

Gracias, Jonás, siempre.

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